MIQUEL RIERA


 MIQUEL RIERA, EL ULTIMO SARRACENO (por José Manuel Velazquez-G. Redactor Jefe revista ESCALAR)


 El segundo lunes de cada mayo se celebra en Sóller, un pueblo ubicado en la parte más escarpada de la mallorquina sierra de Tramuntana, una vistosa escenificación del desembarco y batalla de los sarracenos contra los habitantes de la isla; año tras año, la historia se repite: una horda de piratas vividores (y vive Dios que también bebedores) irrumpen en el pueblo cimitarra en mano, mientras el más intrépido e inconsciente de la avanzadilla escala la torre del ayuntamiento y toma la plaza. Pero de poco vale tanta valentía, los sollerics reprimen la invasión y terminan victoriosos con la expulsión de los bárbaros de ultramar.
 Aunque bien es cierto que si el encargado de trepar por la almena hubiera nacido con unos 400 años de adelanto habría sido el responsable de que el pobre Abu Yahya muriera de una cirrosis irreversible, o de que los suyos, los valientes sarracenos, dejaran el noble arte de la guerra para dedicarse a cuestiones gasterópodogastronómicas.
 Miquel participa en las fiestas de su pueblo enarbolando la bandera de los incomprendidos y de los que de antemano se sabe que serán derrotados.
 En la escalada le ocurre algo parecido. No sé si lo hace inconscientemente o por oscuras convicciones que escapan al entendimiento humano. La cuestión es que si el 90 por ciento de los escaladores de principios de los 80 se reía de las vías de un largo, con chapas y descuelgue, él defendió a capa y espada la deportiva y se convirtió en su principal equipador y divulgador; más tarde, cuando los números seguidos de letras y signos destruyen las neuronas de la gran mayoría, él decide entonces que lo mejor-y lo único-es el bloque y profetiza, cual Nostradamus de tres al cuarto, que el virus del búlder se extendería sin vacuna posible, así que se encarga de abrir los primeros problemas, circuitos y zonas. Pero el búlder ya se ha convertido en una moda, ya no le interesa demasiado, por lo menos mientras la temperatura del mar no baje de los 19 grados y los vientos sean propicios… La única religión verdadera del momento pasa por levantar el culo sobre el agua y dar utilidad a esas fantásticas atalayas naturales que circundan la isla; ha nacido el Psicobloc.
 Ésta es la nueva dirección que sigue el outsider de la escalada; descubrir nuevos desplomes con crashpad marino a sus pies y abrir nuevas líneas de infarto. Es una mezcla perfecta entre la escalada y el bloque, entre la vieja premisa sesentera del “turn-on, tune-in, drop-out” y la actividad física pura y dura; encadenar un 8a con el paso difícil a 20 metros del mar no es sólo cuestión de apretar. Pero la nueva cruzada de Miguelink no resulta del agrado de casi nadie (por lo menos no lo era hasta que escaladores como Klem Lostok o Chris Sharma se interesaran por el tema y difundieran sus fotos por webs y revistas). Así que el pequeño reducto de psicobloquers que se reúnen acurrucados en una repisa costera con los gatos acartonados por el salitre, vuelve a traer ese ambiente de exploración, descubrimiento y excitación que se deriva del sentirse pionero de algo que va a dar mucho de sí en un lugar en el que las posibilidades se antojan infinitas, y, claro está, de poder revivir episodios épicos del pasado, cuando esas paredes imposibles protegían a los mallorquines de las incursiones sarracenas.


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